En uno de sus episodios de juventud, uno de los sabios más grandes después del Profeta, Ibn Arabi de Murcia, cuenta esta anécdota y su profundo significado, según lo recoge Asín Palacios en su conocido libro "El islam cristianizado":
"En la época de mi disipación, iba yo de viaje cierto día en compañía de mi padre, entre Carmona y Palma, cuando topamos con un rebaño de onagros o asnos salvajes que estaban paciendo. Era yo entonces muy apasionado por su caza; y los criados habíanse quedado atrás, muy lejos de nosotros. Reflexioné un instante y formé en mi corazón el decidido propósito de no hacer daño ni a uno tan sólo de aquellos animales; pero así que el caballó alazán que yo montaba los vió, lanzóse hacia ellos relinchando de gozo; lo refrené con violencia para detenerlo, hasta que llegué adonde los asnos salvajes pacían, y entonces, a pesar de que en la mano llevaba mi lanza y de que el caballo se metió entre ellos, de modo que el hierro de mi lanza pasaba rozando en las gibas de los onagros, todos ellos siguieron paciendo tranquilos, sin que ni un solo levantase la cabeza, hasta que acabé de atravesar el rebaño. Alcanzáronme entonces mis criados, y sólo entonces, es decir, delante de ellos, echaron a correr los onagros huyendo.
Hasta que no entré en este camino, quiero decir, el camino de Dios, no conocí la causa de aquel hecho. Entonces, reflexionando sobre lo que es el trato social, comprendí que la causa de aquel extraño fenómeno de los onagros fue ésta, a saber: que
"En la época de mi disipación, iba yo de viaje cierto día en compañía de mi padre, entre Carmona y Palma, cuando topamos con un rebaño de onagros o asnos salvajes que estaban paciendo. Era yo entonces muy apasionado por su caza; y los criados habíanse quedado atrás, muy lejos de nosotros. Reflexioné un instante y formé en mi corazón el decidido propósito de no hacer daño ni a uno tan sólo de aquellos animales; pero así que el caballó alazán que yo montaba los vió, lanzóse hacia ellos relinchando de gozo; lo refrené con violencia para detenerlo, hasta que llegué adonde los asnos salvajes pacían, y entonces, a pesar de que en la mano llevaba mi lanza y de que el caballo se metió entre ellos, de modo que el hierro de mi lanza pasaba rozando en las gibas de los onagros, todos ellos siguieron paciendo tranquilos, sin que ni un solo levantase la cabeza, hasta que acabé de atravesar el rebaño. Alcanzáronme entonces mis criados, y sólo entonces, es decir, delante de ellos, echaron a correr los onagros huyendo.
Hasta que no entré en este camino, quiero decir, el camino de Dios, no conocí la causa de aquel hecho. Entonces, reflexionando sobre lo que es el trato social, comprendí que la causa de aquel extraño fenómeno de los onagros fue ésta, a saber: que
LA CONFIANZA QUE EN MI ALMA SENTÍ HACIA ELLOS SE COMUNICÓ TAMBIÉN A SUS ALMAS RESPECTO DE MI."
Mi experiencia en el curso de coaching con caballos (ver http://creandoconlatartamudez.blogspot.com.es/2013/10/no-le-puedes-mentir-un-caballo.html) me dejó entrever lo mismo que a Ibn Arabi: el caballo (o un onagro, es igual) es el espejo de tu interior, es decir, si delante del caballo tienes miedo, el caballo lo tendrá de ti, porque para él no eres más que un depredador; en cambio, si delante del caballo confías en ti, el caballo confiará en ti y te verá como a un igual, como a un alfa. Y con las personas pasa lo mismo.
Por otro lado, esta anécdota muestra cómo era la fauna del medievo en la península: había todavía rebaños de animales en libertad.
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